Tuesday, November 18, 2014

Crónicas Canallas (XLIX): Soy Premium


No hay tarea más coñazo que organizar los cajones, creedme. Si sois del tipo de personas que van acumulando cachivaches de todos los colores y tamaños a lo largo de los años –a modo de síndrome de Diógenes-, os recomendaría que vayáis a Cash Converters (la tienda de empeños y de compraventa de objetos de segunda mano) y os deshagáis sin pudor de ellas. Forman parte de vuestra ‘basura’ personal. Con suerte, os podríais embolsar 15 pavos, después de una dura y extenuante negociación, doy fe. Solemos cogerle cariño a objetos absolutamente inútiles. Por ejemplo, las cintas de casete.
Para un melómano empedernido como un servidor, he de reconocer que hace poco me deshice con nostalgia de auténticas joyas en este tristemente extinguido formato de reproducción de música. Aquellas cintas que podíamos rebobinar con un bolígrafo, ¿recordáis? Pues bien, encontré desde rap, pasando por cantautores como Silvio RodríguezJon Secada (ese que cantaba… “Otro día más sin verteeeeee”) yEmilio AragónTe huelen los pies. Obviamente, cuando le puso nombre al single, lo del marketing emocional no estaba tan en boga como ahora. Minina la manera de vender un producto. Lo peor de todo es que había más. Cuidado con Paloma que me han dicho que es de goma era otro de los pelotazos de ese álbum. El hijo de Miliki, ahora respetable director de cine (a mí me gustó Pájaros de papel), solía vestir con smoking y unas rompedoras zapatillas Converse en color blanco, como las de los pintores. Por aquella época presentaba Vip Noche y Vip Guay con la guapa Belén Rueda. Fueron directos a la bolsa de basura, lo confieso. Y además compruebo con nostalgia que aquella España molaba bastante más sin Monagos, sin Pechotes y sin el culo de Kim Kardashian. Estaban las Mamachicho y Jesús Gil. Era otra época.
Comencé a derramar la lagrimilla cuando encontré la discografía completa deMichael Jackson. Desde que era negro como el tizón en los Jackson 5, hasta que se dejó los pelos en cirugía para parecerse a Elizabeth Taylor y comenzó a decolorársele la piel. O se la decoloraba él, yo que sé. Eso sí, yo era muy de Michael. Me molaba hacer el Moonwalk y calzar unos castellanos con calcetines de deporte. Esos del mercadillo de los jueves con la raya roja y azul. Unas escayolas, de toda la vida. Incluso me ponía de puntillas a lo Billy Elliot. Ya en la adolescencia llegó el rock.Led ZeppelinPink FloydLynyrd Skynyrd. La búsqueda de los ancestros. Y las guitarras: SantanaEric Clapton y Santiago Campillo, el huertano del rock sureño. El mejor slide guitar de España.
El cedé pasó por mi vida sin más pena que gloria. Solo tengo aprecio a algunos que llevo en el coche, el único lugar donde escucho música en este formato: Dos noches en el Price (M-Clan) y John Lennon Collection. Nada más. Empezamos a piratear discos como churros y a usar el Ipod, que te permitía llevar discografías completas de artistas como Robert Johnson (el padre del blues), BurningLos Ronaldos,Miguel Ríos. Perdimos de vista que un álbum era una pequeña obra de arte, donde se cuidaba el formato, la fotografía y su presentación decía mucho del artista que lo creaba. Ahora, a un 21% de IVA, ojo. Por eso, mi manera de vengarme en Madrid fue comprándome un señor plato de vinilo cuyo precio era irresistible, una ganga. De 600 euros, pasó a 300 y lo tenían en liquidación por 70 pavos. Estaba lleno de polvo, pero tenía una aguja de acero que me dio confianza y no me ha fallado. Le dije al dependiente que me lo limpiara, que iba a presidir el salón de mi casa. Comencé una peregrinación por tiendas extintas de vinilos de la capital como La Metralleta, una que hay en la Montera, que sobrevive, y en el Rastro. El resultado es una colección que, para mí, tiene un incalculable valor sentimental. Pero solo puedo escucharlos en casa. Y necesito música. Música en todas partes. Por eso, soy Premium de Spotify. Cuesta diez pavos (lo que valen dos copas) y disfruto de música sin publicidad ni restricciones. Antes nos gastábamos 2.800 pelas en un cedé. Para mí, es una especie de impuesto revolucionario por consultar, por ejemplo, la discografía deSabina en plena calle a un solo golpe dactilar. Además, tengo mis listas de reproducción offline, por tanto, ya no dependo ni de Internet. Soy un melómano 2.0.

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