#Imprescindibles



"Una sonrisa vale oro". Aunque en estos tiempos de pandemia nos la borre una jodida mascarilla de 96 céntimos, como la que vemos en la foto. Se lo acabo de escuchar a Risto Mejide en La Sexta y se me ha encendido la bombilla que alumbra este artículo. 

He de confesar que miro la tele, pero no la veo (fuera de mi tiempo de trabajo, claro). Eso significa que a veces no soy capaz de interiorizar el aluvión de informaciones que me avasallan, que me intoxican, que me confunden. Que, solo a veces, nos informan. No es un proceso fácil, créanme.

Yo informo. Y lo digo con la cabeza muy alta. Porque trato cada cobertura, cada dato, cada entrevistado, cada confidencia con mi cámara, cada conversación desenfadada con mis compañeros, cada agradecimiento a la señora de la limpieza, cada saludo a la recepcionista de la tele con cariño. No se ve, pero la sonrisa está ahí, debajo de mi EPI. Con la innata pasión de los que somos sabedores de que ‘cubrir’, informativamente hablando, esta crisis del Covid-19 en mi Región, es un auténtico privilegio para un periodista. Y no me avergüenzo de decirlo con orgullo. Porque considero que somos #Imprescindibles. La información es sagrada, las opiniones libres, esa era mi muletilla en Murcia Conecta. Y nosotros ayudamos a contruirlas ambas: informaciones y opiniones. Por eso, esta bendita profesión debería estar mejor valorada y mejor pagada, sin pretensión de hacer una reivindicación. Porque siempre va a ser esencial y jamás va a desaparecer. La gente demanda información de calidad, en estos tiempos de tribulaciones económicas y sanitarias. Y nosotros, el 'Cuarto Poder', tenemos ese cometido. Eso sí, como decía aquella peli: "todo poder conlleva una responsabilidad". Soy consciente.

En mi nueva normalidad, mi familia, mi mujer, Alba, mi madre, Lola y Antonio son el auténtico centro de mi bienestar, de mi alegría, de mi energía y de mis ganas de vivir. Mi amigo Gustavo y nuestros paseos en bici, en los que charlamos de recetas de cocina y de qué vamos a cenar con este hambre. Pero tenemos una mierda de metabolismo que nos impide bajar la panza. Y que somos unos vividores, también.

No puedo ni imaginar el dolor, ni la pérdida irreparable de aquellos que han perdido a sus seres queridos en estos últimos meses, sin haber podido despedirles. Sin ni siquiera estar aferrados a la mano de una vida que ha expirado, por culpa de un puto virus, que nos recuerda que no somos nadie. Sin hacerles un velatorio y un entierro dignos. 

En mi nueva normalidad, he entendido que el dinero que tengo en mi cuenta bancaria solo sirve para comprar avituallamiento. Para alimentarnos, para sobrevivir sin lujos, para no pasar hambre ni necesidad. Doy gracias. Somos muy afortunados, porque no tenemos que hacer 7 horas de cola para recibir víveres para dar de comer a nuestra familia. Porque las cosas que nos hacen verdaderamente felices no cuestan ni un duro. Un paseo por el monte, un polvo salvaje con la persona a la que amas, un atardecer en la playa, una canción cantada desde el corazón. Esa es mi nueva normalidad.

Me siento muy orgulloso de ser periodista en estos tiempos de coronavirus, de tristeza y de miseria moral. Tengo claro que mi misión es luchar con todas mis fuerzas contra las denominadas ‘fake news’, que se han convertido en el verdadero enemigo silencioso de esta crisis sanitaria. Unas noticias falsas que forman parte ya de esta nueva era digital. Y que amenazan peligrosamente este noble oficio de contar historias (Periodismo). No es entendible que haya miles de cuentas falsas en Twitter, que hacen ‘automáticamente’ millones de retuiteos de mentiras, bulos y tergiversaciones. Que ponen en entredicho el sistema. Que nos desinforman, que nos aborregan, que nos atemorizan. Que generan caos, incertidumbre, miedo, tristeza, depresión, ansiedades. Una mentira repetida un millón de veces no puede convertirse en una verdad. Hay 1,5 millones de perfiles falsos detectados y nadie hace nada. No todo vale en estos tiempos de pandemia.

Pero, por eso, somos más  #Imprescindibles que nunca. Los periodistas, los fotoperiodistas, los gráficos, la canallesca en general. Todos los que nos partimos el pecho en la calle. Por una noticia, por una foto, por un plano. La opinión que tienes sobre el coronavirus, sobre esta pesadilla del año 2020, te la has formado gracias a lo que nosotros te contamos: Los que escribimos, los que hacen fotos, los que hablamos, los que graban. Porque arrojamos LUZ, donde otros escupen oscuridad, incertidumbre y basura.

Porque me gustan las personas y las historias con alma en mi nueva normalidad. Porque estás asomándote al mundo a través de mis ojos. En este caso, a través de los ojos de mi amigo Juan Carlos Caval y desde el objetivo de su cámara. Por cierto, él también sonríe por debajo de la mascarilla.

Salud y fuerza, canallas.
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Juan Máiquez

A sus 30 años ha hecho de todo en el mundo de la Comunicación y el Marketing. Con 22 años, fue editor de boletines informativos en una emisora a escala nacional en Madrid. Dio el salto a televisión con 24, donde hizo de reportero (sin dejar la radio) en lugares tan privilegiados como el Congreso de los Diputados, el Palacio de la Moncloa o el Senado. En Murcia, ha pasado por casi todas las secciones del periódico para el que escribe, La Opinión de Murcia, donde firma la contraportada todos los sábados con sus #CrónicasCanallas. Comparte espacio con el escritor y articulista de El País Juan José Millás. Ha publicado en libros de Sociología y prepara una nueva entrega editorial. Ha saltado al mundo del marketing con trabajos de locución para videos corporativos, ha vendido publicidad para una emisora de radio e, incluso, ha organizado una feria de vino en inglés en la provincia de Alicante. De hecho, tiene un blog en el portal americano www.examiner.com. Todo esto, sin abandonar su actividad periodística y su faceta como músico, escritor y radiofonista, parcela en la que tiene un posgrado.

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