Hay una recepcionista nueva en el periódico. Se llama Yolanda. La pobre anda un poco perdida. Me acaba de preguntar: “¿es usted el jefe de administración?“. Evito la carcajada mental, por educación, pero no puedo evitar el sarcasmo. Me puede. “No, soy el jefe de mi mismo“, respondo. Es agradable, os atenderá gustosa, seguro.
Eso no es lo relevante de este Jueves Santo, en el que cambio las cañas y las marineras por un Macintosh y por una historia que contar. A esos que precisamente se toman las cañas y las marineras al sol de una terraza en Cougar Town. Los canallas no entendemos de horarios.
El caso es que he tenido un deyaví (permitidme la castellanización del término). Cuando enfilaba el camino a la redacción, he reparado en un póster de publicidad que hay pegado en la juguetería fantasma, enfrente de La Opinión. El tipo viste una barba muy poblada y se llama Antonio Castelo. Es humorista. Acabo de atar cabos. Este fue el tipo a quien visité en su domicilio en Madrid, muy cerca del Bernabéu, para que nos diera dos entradas para El Boss en el estadio de Florentino, allá por 2007. No podía ir porque tenía programa en Antena 3.
Gracias a él puedo decir que disfruté como un enano con Bruce Springsteen en directo. Y gratis. De esas experiencias que, cuando acaban, puedes decir: “Me puedo morir en paz“.
Antonio, eres muy grande.
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