Crónicas Canallas (XXXVI): #MorirConLasBotasPuestas


Hay pocas maneras tan cabronas y tan trágicas de morir como ahogado en tu propio vómito como consecuencia de una fatal borrachera, como le ocurrió al bueno de Bon Scott, el vocalista original de AC/DC, que dejó huérfana en 1980 a una de las bandas de rock más emblemáticas de todos los tiempos. Los australianos se supieron reponer de tan duro golpe y, a lo largo de las últimas tres décadas, su sonido no ha variado ni un ápice, es más, se podría decir que lo han patentado, como ocurre con el rugido de una Harley Davidson o de un Porsche 911 Carrera. Han creado marca. Suenan auténticos.
Algo parecido le ha pasado a Los Secretos, salvando las distancias, ya que hablamos de pop patrio –y aquí somos bastante más cainitas–, con la sustitución del gran Enrique Urquijo por su hermano Álvaro. En este caso, fue una sobredosis de heroína la que se llevó al otro barrio a aquel chico triste y melancólico, que poseía una sensibilidad tan especial para contar y cantar historias. Murió en el corazón del barrio de Malasaña, en Madrid, pero no en un portal tirado como un perro -como mucha gente suele creer-. Fue el rufián de su camello quien lo bajó al zaguán, porque no quería que los maderos preguntaran por qué tenía un fiambre en el salón de su casa.  Así de crudo.
Hace escasos días también conocíamos por boquita de Marianne Faithfull (aquella voz de los 70 que pasó por la alcoba de Mick Jagger y otras estrellas del rock del momento) que Jim Morrison, cantante de Los Doors, al que se encontraron tieso en la bañera, no murió por una sobredosis infligida por él mismo. Las teorías conspiranoicas, que ya no lo son tanto,  apuntan a su dealer, un tal Jean De Breteuil, que le dio el chute incorrecto y se lo llevó al otro barrio. Por tanto, se desmorona la hipótesis de la muerte dulce por suicidio. Fue un asesinato en toda regla. Como consuelo, nos queda su legado, en forma de joyas como L. A. Woman o Roadhouse Blues, por citaros mis predilectas. Y ya sabéis, para gustos, los colores.
Lennon le descerrajaron seis tiros a las puertas del Dakota, aquel edificio de lujo de Nueva York del que entraba y salía en limusina, algo que, en aquella época, era totalmente compatible con hacer campaña antigubernamental (como Bardem y ) a cuenta de aquella guerra que Estados Unidos perdió, Vietnam. También en el neoyorquino Central Park le atacó la metástasis a Bob Marley, cuando hacía algo tan simple como trotar para mantenerse en forma y liberar la tensión de los multitudinarios conciertos que brindaba. Hacía running, que dicen los hipsters de nuevo cuño. Quizá, el padre del reggae era un runner, quién sabe.
El protagonista de esta historia no pisó escenarios con 80.000 personas como Scott, Jagger, Morrison, Lennon o Marley. No. Militaba en la formación On the band, un grupo de versiones que alegraba las fiestas el pueblo coruñés de Cedeira, probablemente al ritmo de las canciones de los anteriormente mencionados. Como tantas y tantas orquestas que actúan en las verbenas de los municipios de este país. Era gallego, tenía 53 años y respondía a las iniciales J. R. C. Quizá se llamaba Juan, José o Joaquín. En la cena previa al concierto comunicó a sus compañeros su malestar. Le dolía el pecho, pero le restó importancia. Era vecino de Fene y trabajaba para Navantia Ferrol, la empresa de astilleros. Lo del bajo era un hobbie, su pasión. Cuando se ponía a las cuatro cuerdas se sentía mejor que cuando vestía el mono de trabajo. Cuando su banda alcanzaba el clímax de la actuación, este bajista anónimo se desplomó sobre el escenario. Su corazón se rompió y, con él, quizá el de muchos músicos anónimos que murieron, como él, con las botas puestas.
Este es mi homenaje, compañero.
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Juan Máiquez

A sus 30 años ha hecho de todo en el mundo de la Comunicación y el Marketing. Con 22 años, fue editor de boletines informativos en una emisora a escala nacional en Madrid. Dio el salto a televisión con 24, donde hizo de reportero (sin dejar la radio) en lugares tan privilegiados como el Congreso de los Diputados, el Palacio de la Moncloa o el Senado. En Murcia, ha pasado por casi todas las secciones del periódico para el que escribe, La Opinión de Murcia, donde firma la contraportada todos los sábados con sus #CrónicasCanallas. Comparte espacio con el escritor y articulista de El País Juan José Millás. Ha publicado en libros de Sociología y prepara una nueva entrega editorial. Ha saltado al mundo del marketing con trabajos de locución para videos corporativos, ha vendido publicidad para una emisora de radio e, incluso, ha organizado una feria de vino en inglés en la provincia de Alicante. De hecho, tiene un blog en el portal americano www.examiner.com. Todo esto, sin abandonar su actividad periodística y su faceta como músico, escritor y radiofonista, parcela en la que tiene un posgrado.

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