Le hizo un hueco en su cama sin ni siquiera haberla besado. Sin poner peros, ni condiciones. Aquel corazón se apiadó del ladrón de versos como el verdugo que concede el indulto a un traidor. No, no le consintió quedarse en la inocente neutralidad del sofá. “No seas tonto, vente a la cama, que es grande”.
La situación se produjo en aquel pueblo que olía a encanto y a salitre, tomaron un té en el casino, y se largaron a su apartamento. Allí, dieron cuenta de un Juan Gil de 4 meses, que acompañaron de una cuña de queso, por aquello de “sabe a beso”. La conexión mental fue tan intensa, que aquellas dos almas se confesaron pecadoras sin necesidad de contacto físico. La conversación se prolongó hasta las 4 de la madrugada, y desgranaron, uno a uno, sus más íntimos secretos, miedos y desvelos. Aquellos dos desconocidos acabaron dándose arrumacos en el sofá vencidos por Baco.
La señorita Monroe era Cruela, la de las medias negras, que toreaba con el bolso a los tranvías. Piel de hada, sí, pero Steve MCQueen se despertó al alba, y ahí estaban: su cartera, su Gibson Les Paul y su ordenador. Intactos. Ella solo le había robado el corazón, no sus más preciadas pertenencias. Y dormía plácidamente a su lado. Solo se oía el cantar de los pájaros, enfilados en la cuerda de tender, que daban los buenos días.
¿Quién era la señorita Monroe? ¿Quién demonios era la señorita Monroe? La pregunta estallaba en su cabeza como un castillo de fuegos artificiales en la noche de San Juan.
“Esto no puede ser culpa de la primavera”, se decía. Lady rock, la primavera es seriamente perjudicial para los negocios del querer, que cotizan a precio de bono basura en estos tiempos de hipsters 2.0. Y en esta Murcia, que se parece cada vez más a Cougar Town. Perdona, bonita, pero ya no es mainstream eso de “y morirme contigo si te matas, y matarme contigo si te mueres”. Qué razón tenías, querido Joaquín, los verdaderos amores son los que duelen. Y los que nunca se mueren, los cabrones. Poesías aparte, lo mundano es que a cientos de tipejos se les cuelen literalmente los globos oculares en los canalillos que ya se ven por Gran Vía, por culpa de este buen tiempo. Ellas, obviamente, son más discretas. Por ejemplo, están mirando un precioso camisón con transparencias en el escaparate de Woman Secret, y se valen del reflejo del cristal para clavar los ojos en ese culo atlético que se baja de la moto. Por descontado, que los instintos que despierta el canalillo son bastante más primarios. La mente femenina, piensa. Me lo contó la señorita Rock & Roll, y no pude evitar la carcajada: “Juan, es guapo, o es gay, o tiene novia, no falla”. Yo, me remito a mis mujeres fatales.
Y eso que el mercado single está fatal. La primavera llega al Corte Inglés y nos venden a barbies superestar y a príncipes azules, cuando, lo más lógico, es que unos, y otras, arrastren traumas anteriores y vidas pasadas. Aquel chico que la trataba fatal, que encima la dejó por aquella golfa. O el otro idiota que se quedó colgado por aquella ‘milf’ que le pisoteó como a una colilla. Ya no se trata de tropezar con la misma piedra. Del género tonto es encariñarse con ella.
¿Qué ha hecho conmigo, señorita Monroe?
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