Ésta es mi última #CrónicaCanalla. Los periodistas de la calle tenemos
determinados tics autoritarios que nos confieren las teclas, es poder, muy
distinto al que otorga una mesa de despacho. Nos ocurre, como a los escritores,
que tenemos la licencia de matar personajes, incluso después de haberles hecho
pasar las tres mil perrerías y mostrar su desnudez a los ojos de la audiencia.
Nacen, comen, se reproducen y mueren. Solo dejan un reguero de tinta en los
pliegues de la memoria de los lectores que, a veces, tristemente se esfuma. Lo
hizo Unamuno en Niebla, por qué no lo iba a hacer yo en este periplo literario.
Maldito ego. Ése cabrón es el responsable del paupérrimo nivel que hay en
esta profesión, con sus guerras cainitas, con ese periodismo de trincheras
plagado de erratas y de faltas de ortografía. Decía Kapucinski eso de que “para
ser buen periodista hay que ser buena persona”. Me he cruzado con pocos, pero
haberlos, haylos. El resto, morralla y casta. Divas medriocres. Os pondría
nombres y apellidos, pero siempre fui un tipo con clase. Y la venganza es un
plato que se sirve frío, amigos.
Las #CrónicasCanallas, como leía en un artículo publicado recientemente en
El País titulado ‘Yo, ficción’, tenía mucho de eso, pero solo en la forma de
contarlo. El resto ocurría en carne propia. Escribía en un pub irlandés. Y lo
hacía con el convencimiento de que hacía Nuevo Periodismo, pero a la inversa.
Me explico. A veces era Doctor Jota, a veces aparecía el señor Rock, pero era
Juan Máiquez quien se encargaba de poner pluma y papel, la espada y el escudo,
el traje ficcional a las cosas verdaderas que ocurrían en la Murcia verdadera.
Pérez Casas era Cougar Town, la Malasaña murciana se movía a caballo entre La
Oveja Negra y el Musik, con pequeños retazos de canciones de Miguel Ríos o de
Sabina, que hacían de banda sonora. Mi vida era, es y será pasión y rock and
roll. He satirizado a los hipsters, a los veganos y a los tontosdelcapullo, que
también hay unos cuantos. Pero siempre con respeto y pose canalla.
“Está bien tener sombrero por si presenta una buena ocasión para
quitárselo”. Escogí esa frase del genio de Úbeda a modo de eslogan. Primero,
porque creo que el bombín que gastaba en mi foto era propio de un caballero,
así, entre grafitis, a la vez que simbolizaba mi reverencia y mi respeto hacia
aquello o aquellos que se merecían la última de un periódico un sábado. O un
espacio en mi blog en el prime time de
las redes sociales.
Os enseñé cómo era por dentro una tienda erótica. He hablado de sexo, pero siempre
con elegancia y no de forma chabacana. Os traje la historia de un perro
discapacitado, Moma: the amazing dog, que reventó Twitter y Facebook y al que
comenzaron a prestar atención algunos medios de comunicación en Murcia a raíz
de ese artículo. Me plagiaron sin pudor, como ocurrió con aquella reflexión
titulada #100barbas, que hacía referencia a la ola revival de vello facial.
Hasta hace poco aquella ‘contra’ se quedó de recuerdo en un escaparate. Me
pregunto si Alberto Garre se paraba a observarla antes de entrar al palacio
de San Esteban, donde tiene Carlos Balsalobre su barbería y donde reposaban
esas líneas. Os he hablado de emprendedores murcianos, como la familia
Bernardeau Navarro, porque, aunque nos desgobiernen unos ineptos, salimos
solitos de esta, máxime si son buena gente. Creo en la buena gente.
La #CrónicaCanalla número 50, que cerró este ciclo literario fue la
historia de amor más bonita jamás contada. #LaPuertaDelPerdón fue mi epitafio
como cronista canalla. Volveré, lo prometo.
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