Crónicas Canallas (LI): Destino Chengdu


Se va. Mi mejor amigo se larga a China por culpa de esta España podrida de corruptos y de corruptelas. A Gustavo el país lo expulsa, es decir, los empresarios que no lo contratan son aquellos que nos hablan de apretarnos el cinturón, que la cosa está fatal, pero ellos tienen su nómina bien amarrada con unos cuantos ceros (pluses aparte). Es indecente, es inmoral. Estamos en manos de ‘la casta’, que diría Pablo Iglesias. Da miedito.

El caso es que Gustavo es un tío inquieto y un tanto insumiso. No se resigna a ser gobernado por esta pandilla de golfos. Se va a un país comunista (tela), donde es el último mono, pero, eso sí, su nivel de inglés se lo permite. También chapurrea algo de chino. ¿Hay que saber idiomas para trabajar fuera de España? Sí, compañeros, rotundamente sí. No vale el spanglish panocho que se habla por estos lares. Hace falta un título y que, además, sepas hablarlo, el idioma. Gustavo tenía un nivel C1 en inglés (lo que equivale a un Avanzado); sin embargo, se clavó por una décima en el examen (mala suerte) y le dieron automáticamente un B2 (Intermedio Alto), que le sirve para defenderse con más o menos soltura allá por donde va. En concreto, él ya lo ha utilizado trabajando durante 9 meses en una escuela de primaria en China. A ocho horas en tren rápido hasta Shanghái, en el culo de China, vaya. Me mandaba fotos y vídeos de los minúsculos mandarines cantando y bailando en el patio de la escuela a ritmo del We will rock you de Queen. Ni hablaban chino, y mucho menos inglés. Por eso le admiro. Porque el aislamiento a miles de kilómetros de esta bendita tierra es brutal. Son dos mundos diferentes. Me contaba que volvía a casa y que los primeros meses se le hacía duro. Pero no se vino abajo. Aprovechó para adecentar la vivienda (él es muy manitas) y mantenía así la mente ocupada. A mediodía, se dedicaba para charlar con los suyos por videoconferencia. Podía comunicarse en español. Luego conoció a otros occidentales con los que tomar unas cervezas (en inglés) y divertirse en una sociedad que es hermética y para la que nuestra vertiente erótico-festiva de semitas levantinos se hace a veces incomprensible. Sus tradiciones y sus costumbres son muy distintas. Comen medusa. Escupen en la calle. Se dejan la uña larga del meñique. Contaminan. Y son máquinas de hacer billetes.

Ha tirado curriculum en todo tipo de centros comerciales en Murcia: decatlones, ikeas, Burger Kings y todo lo habido y por haber. “No hay nada, Juan, me voy”. Y me jode profundamente porque todo hemos vivido momentos de frustración, de resignación, solo hay que esperar que entre la buena racha. Quizá, la chispa de la emigración se enciende cuando se conjugan estos sentimientos y porque estamos en las manos de quienes estamos, que también. Es ahí cuando surge la valentía de decir: “Me voy”. El talento, si no se valora, se marcha. Pasa.

Lleva desde septiembre en Murcia buscando trabajo, y no ha dejado en este tiempo de rastrear la red para concertar entrevistas por Skype con China. Quiere volver. De hecho, ha tenido varias entrevistas donde sí requieren de sus servicios como cuidador infantil. Le ofrecen un salario cercano a los 1.000 euros y alojamiento y comida incluidas por la escuela. La vida es más barata allí. A él, le cuadra. Se va a Cheng Du, la ciudad de los osos panda. Es la quinta ciudad más grande de China, con 10 millones de habitantes. Allí tienen una escultura gigante que se llama El Gran Buda de Leshan, la mayor estatua del mundo esculpida en piedra, Patromonio de la Humanidad por la UNESCO.

Todo esto me lo cuenta cuando salimos en bicicleta por la vía verde del río. El otro día fuimos a ver una casa que venden en el carril Releñe, en La Arboleja, por el módico precio de 20.000 euros. La casa está casi en ruinas, habría que demolerla y hacer una nueva. Él también lo ve. Tiene un hermoso huerto de limoneros. Gustavo, solo te digo que si te echas novia, tráetela, que va a vivir la mar de bien en nuestra huertica murciana. Le enseñaremos a hacer paparajotes y michirones. Algo se muere en el alma, cuando un amigo se va. Buena suerte, compañero.
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Juan Máiquez

A sus 30 años ha hecho de todo en el mundo de la Comunicación y el Marketing. Con 22 años, fue editor de boletines informativos en una emisora a escala nacional en Madrid. Dio el salto a televisión con 24, donde hizo de reportero (sin dejar la radio) en lugares tan privilegiados como el Congreso de los Diputados, el Palacio de la Moncloa o el Senado. En Murcia, ha pasado por casi todas las secciones del periódico para el que escribe, La Opinión de Murcia, donde firma la contraportada todos los sábados con sus #CrónicasCanallas. Comparte espacio con el escritor y articulista de El País Juan José Millás. Ha publicado en libros de Sociología y prepara una nueva entrega editorial. Ha saltado al mundo del marketing con trabajos de locución para videos corporativos, ha vendido publicidad para una emisora de radio e, incluso, ha organizado una feria de vino en inglés en la provincia de Alicante. De hecho, tiene un blog en el portal americano www.examiner.com. Todo esto, sin abandonar su actividad periodística y su faceta como músico, escritor y radiofonista, parcela en la que tiene un posgrado.

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