Soñar febrero




A veces tengo ensoñaciones. ‘Ensueño’ que vuelvo a escribir, que voy a escribir artículos para hablar de lo que me dé la puta gana. De sexo, de drogas, de rock and roll. De las mejores décadas musicales de la historia. De 1971, 1972 ó 1975. Como hacen los cracks de 'Sofá Sonoro', de la SER.

Quizá la mejor puerta de entrada a mis pretensiones oníricas sea volver a usar Twitter, pienso. Pero los 140 caracteres, o los 200, o los que sean, se me quedan cortos. Le contesto a Fernando Navarro, de El País - un periodista que admiro profesionalmente y con el que coincido en que Elvis está vivo-, acerca de un vídeo de un reportero televisivo inglés, que comparte en su timeline. Es un tipo lacónico, que describe con la sutil ironía que solo tienen los británicos, la tristeza que nos invade en este jodido mes de febrero. Si la cuesta de enero fue empinada, febrero es como la autovía de El Bancal de mi bendita Murcia. Llena de baches, de sobresaltos. De árboles marchitos en las cunetas y huérfanos de hojas. De ausencia de vida. De gente irritada e irascible por la calle, y cansada de este intempestivo e implacable frío. Y de la tristeza. La tristeza de los Peces de Ciudad, que diría el maestro Sabina. Febrero es el lunes del año.

Quizá hago esto en honor a la señorita Lou. Siempre me dice: “tienes que volver a escribir”. Ella se enamoró de la pluma de este cronista canalla, que narró su amor públicamente en ‘La Puerta del Perdón’, en aquel periódico de cuyo nombre no quiero acordarme. Quizá es una deuda con mi gran amor. Quizás es una deuda conmigo mismo.

Siempre he sido amante del artículo como género periodístico. Y como crónica de la realidad cotidiana. Admiraba (y admiro) al gran Gistau, a Pérez-Reverte, a Dani Vidal en mi tierra, o al gran Juan José Millás. Por cierto, con este último tuve el honor de compartir página en mi declaración de amor impresa en papel aquel 22 de octubre de 2014. Me encanta su hipocondría, su fina ironía. Y porque sabe reírse de sí mismo con una sorna maligna que estremece. Es muy Woody Allen. Por ejemplo, como cuando cuenta que está poniéndose unos pantalones en un probador de un centro comercial y se le caen las monedas de los bolsillos. Es absolutamente desternillante. Que la lectura de un libro te arranque en estos tiempos una carcajada es un milagro. Literario, pero un milagro. 

Ya no estimulamos nuestra imaginación. Nuestros 'satisfyers' son los smartphones. Hay 'kindles' que huelen a plástico y que han pervertido la liturgia de enamorarte de una portada o de transportarte a otros mundos. Algo parecido ocurre con los discos de vinilo. Si los comparas con una cinta de casete, con un cedé o con Spotify. Ya no coges un disco de Led Zeppelin y te tiras un mes dándole vueltas a 10 ó 12 temas hasta que te atraviesen el alma. Ahora, el algoritmo de Zuckenberg te ofrece la discografía completa: 9 discos, entre álbumes de estudio, directos, recopilatorios posteriores y demás gaitas. Para mi, es un sindiós. No le damos el valor que realmente tiene esa obra de arte. Porque la dictadura de lo efímero ha matado la esencia. Y es triste.

Llevaba casi 8 años sin escribir 'en serio'. Y presupongo que esto es como montar en bicicleta, que nunca se te olvida. Quizá, lo único que quería contar es que hoy casi me parto la cara con un conductor intransigente por una codiciada plaza de aparcamiento. Después de disputarme el sitio, me ha dicho muy educadamente: “Caballero, estaba yo esperando para aparcar”. Le recuerdo que llevo 10 minutos (eran 3, pero exagero) con el intermitente puesto indicando que me adjudicaba la plaza. Es más, le espeto que ha aparcado en la acera de enfrente en un vado y no ha señalizado la maniobra. Es ahí cuando pierde los modales y me dice: “yo aparco donde me sale de los cojones”. Se baja del coche y me desafía: “bájate del coche”. Es momento de poner los cojones encima de la mesa. Contesto: “¿Me voy a bajar del coche porque tú me lo ordenes? ¿sabes lo que te digo? Que tó el aparcamiento ‘PA TI’. Acelero, revoluciono el coche y me largo. ¿Cobarde? No. Soy un pacifista convencido y adopto la postura que considero más inteligente. Dos no se pelean si uno no quiere, me repito en voz alta (tengo mérito, ¿eh?). Total, que aparco en un vado próximo. El conductor pendenciero se marcha 5 minutos después de haber ocupado mi sitio. Doy marcha atrás y aparco, al fin y al cabo, era mi sitio. Justicia divina. Además, el Pana ha parado el tráfico y me ha guardado el sitio.

Leo algo sobre Kevin Killeen. Bicheo. Resulta que es americano o inglés, no sé, pero su retranca british y su nihilismo galopante me han enamorado. Qué razón tienes, Kevin: febrero es jodidamente feo. En nuestra mano está arreglarlo y hacerlo un poco más bonito. Yo sueño. Y sueño con grabar una 'road movie' con Los Zigarros. O que me voy a hacer un podcast de música, patrocinado, claro. O que voy a mandar mis artículos a Ruta 66 o a EFE EME

Soñar no cuesta un duro. Es gratis. A mi me ayuda a sobrellevar la cuesta de este triste y plomizo mes de febrero. Eso y que mañana me voy a la Marina Alta con mi señorita Lou. 

A vivir, que son dos días.

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Juan Máiquez

A sus 30 años ha hecho de todo en el mundo de la Comunicación y el Marketing. Con 22 años, fue editor de boletines informativos en una emisora a escala nacional en Madrid. Dio el salto a televisión con 24, donde hizo de reportero (sin dejar la radio) en lugares tan privilegiados como el Congreso de los Diputados, el Palacio de la Moncloa o el Senado. En Murcia, ha pasado por casi todas las secciones del periódico para el que escribe, La Opinión de Murcia, donde firma la contraportada todos los sábados con sus #CrónicasCanallas. Comparte espacio con el escritor y articulista de El País Juan José Millás. Ha publicado en libros de Sociología y prepara una nueva entrega editorial. Ha saltado al mundo del marketing con trabajos de locución para videos corporativos, ha vendido publicidad para una emisora de radio e, incluso, ha organizado una feria de vino en inglés en la provincia de Alicante. De hecho, tiene un blog en el portal americano www.examiner.com. Todo esto, sin abandonar su actividad periodística y su faceta como músico, escritor y radiofonista, parcela en la que tiene un posgrado.

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