Crónicas Canallas (XXXII): #QuijotesDeChiringuito


Hay un Room Mate muy cuco junto al convento de las Trinitarias Descalzas, en el corazón del Madrid de los Austrias. En ese remanso de paz espiritual se presume que reposan los restos de un tal Miguel de Cervantes. Creo que Ana Botella se está frotando las manos en el palacio de Cibeles —la obra faraónica que se hizo el príncipe Gallardón—, si aparecen los huesos de tan ilustre fiambre. Pero, ¿qué buscan Indiana Jones literarios como Luis Avial o Fernando Prado? Probablemente un cadáver pequeño, de un hombre de unos 70 años con el brazo izquierdo impedido, dos arcabuzazos en el pecho y tan sólo seis dientes, si el resto no se los han comido los gusanos, que es una posibilidad.
El hotel es carete, pero aúna el concepto de bed & breakfast con el lujo propio de un cinco estrellas. Desde allí, te caes al Palacio Real y tienes a un paso un concierto pata negra en Joy Eslava, que lo mismo programa a Los Burning o a Los Ronaldos, que te encuentras a Marc Ostarcevic bebiendo champán, aquel que le ponía los pies en los pechos a Marlene Morreau en la tele. En el jacuzzi y delante de las cámaras en aquel reality chabacano para más señas.
No os perdáis. Cuando camináis por los alrededores de este Madrid castizo, no es difícil imaginar que esas calles las recorrieron canallas como LopeGóngora oQuevedo, que eran unos pintas por aquella época. Maleantes sin escrúpulos, pero con plumas tan afiladas como las navajas que portaban bajo el sayo. Si uno cierra los ojos y retrocede cuatro siglos atrás en una especie de road trip mental, no es complicado cruzarse con un hombre desaseado, una alimaña de la noche, de anteojos muy redondos y un hedor a vino rancio de taberna barata emanando de su aliento. Quizá lo veríamos negociando precio para subir a una infecta habitación de la Montera con una de las meretrices que allí se ofertan, a pecar como un cristiano de débil voluntad y cojones de acero. Lo podríais visualizar en una reyerta callejera diciendo eso de «cómo osas mancillar mi honor, bandido». Un cabronazo con pintas verdes, enteretico.
En cualquier caso, Cervantes era un buen tipo. Tenía que soportar que el rufián de Lope le llamase cornudo, cuando él siempre elogió su Viaje al Parnaso. Por cierto, el padre del teatro clásico tenía una hija que era monja. Se llamaba sor Marcela de San Félix y, cuando falleció su progenitor, la comitiva fúnebre desvió su recorrido para que la hija llorase al padre tras las rejas del convento trinitario de Madrid.

Podéis rematar la visita turístico-literaria en el barrio de Las Letras, se tapea bien y hay cafés de escritores que no se deben dejar de visitar, al menos, para contemplar a sus clientes en silencio, fantasear sobre sus vidas y tomarse un café de esos que saben a café de verdad.
Tengo que agradecer desde estas líneas al hermano Soriano, de los Maristas del Malecón, en Murcia, la pasión que puso para que viviéramos El Quijote, con el apoyo audiovisual de la miniserie en la que Fernán Gómez y Alfredo Landa encarnaban al Caballero de la Triste Figura y a su fiel escudero. El libro lo leí dos veces (suena masoca, lo sé), pero siempre rehusé de los resúmenes que lo explicaban a modo de cómic.
Alonso Quijano tiene una profundidad humana que la literatura universal no ha superado jamás. El castellano antiguo es un pozo sin fondo de vocablos como garnacha, alcabalas, jaculatoria o capuz, que te obligan a consultar la RAE y a amar esta lengua.

Lectura para el veranoAl morir Don Quijote, de Andrés Trapiello (Destino). Ahí se explica cómo hubiera continuado la vida del ama, del bachiller Sansón Carrasco, por supuesto de Sancho —ese gañán manchego tan adorable— o la de su querida Dulcinea del Toboso una vez fallecido el hidalgo. El juego literario de no ficción —ficcionada— resulta  francamente atractivo.
Ahora, imaginaos en la playa en el año 2014, en plena crisis inventada por los bancos. Echad un vistazo a las caras que hay en el chiringuito. ¿Quién sería vuestro Quijote? ¿Quizá el borracho de la esquina al que nadie hace caso y que curiosamente luce una perilla triangular? Quién sabe, lo mismo la sangría y aquella ‘bacía’ repleta de tomates Raf, boquerones y olivicas partías le envalentonan y sale cortando con cubo y pala en ristre hacia el puesto del socorrista. «¡Sancho, no seas bacín, esos son gigantes!». «Cállese, amo, estas viandas no las cambio ni por la ínsula de Barataria». Con todo el respeto al más grande de las Letras Españolas, solo por una vez, permitidme la licencia: Vale.
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Juan Máiquez

A sus 30 años ha hecho de todo en el mundo de la Comunicación y el Marketing. Con 22 años, fue editor de boletines informativos en una emisora a escala nacional en Madrid. Dio el salto a televisión con 24, donde hizo de reportero (sin dejar la radio) en lugares tan privilegiados como el Congreso de los Diputados, el Palacio de la Moncloa o el Senado. En Murcia, ha pasado por casi todas las secciones del periódico para el que escribe, La Opinión de Murcia, donde firma la contraportada todos los sábados con sus #CrónicasCanallas. Comparte espacio con el escritor y articulista de El País Juan José Millás. Ha publicado en libros de Sociología y prepara una nueva entrega editorial. Ha saltado al mundo del marketing con trabajos de locución para videos corporativos, ha vendido publicidad para una emisora de radio e, incluso, ha organizado una feria de vino en inglés en la provincia de Alicante. De hecho, tiene un blog en el portal americano www.examiner.com. Todo esto, sin abandonar su actividad periodística y su faceta como músico, escritor y radiofonista, parcela en la que tiene un posgrado.

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