Crónicas Canallas (XXXIII): Amores Perennes


Estoy consternado por Melanie. Entre otras cosas, porque hay desamores que nunca desaparecen, que no se eliminan ni con tecnología láser. El divorcio de Antonio Banderas y la popular actriz neoyorkina no solo ha sido uno de los más sonados en la industria del celuloide, es que a todos nos jode un poquito, porque eran dos tíos que molaban. Él, más joven que ella; ella, con un pasado conflictivo de drogas y alcoholismo (patrón habitual de los hijos e hijas de las estrellas de Hollywood, por cierto); él, “soy un truhán soy un señor”, como bien demuestra en El Zorro con la Zeta-Jones, o en aquella peli de Stallone haciendo de desequilibrado y de rufián peligrosísimo. A esto, debemos de sumarle esa monería llamada Estela del Carmen, nacida en Marbella y que, obviamente, no tiene culpa de que sus padres ya no se quieran. Es más, probablemente se odian. Eso sí, estoy seguro de que tuvieron un sexo maravilloso durante ese matrimonio que ha durado media vida, pero, el amor, si no se cuida, borra hasta los tatuajes más canallas y marchita las flores más perennes. Ese corazón que ponía Antonio perdurará de por vida, como una huella imborrable en el alma de Melanie. Yo soy muy de Melanie, él creo que es un seductor y un golfo nato, aparte de buen actor. #EstamosContigoMelanie.
Ahora leo en Playground (dadle a ‘Me gusta’ en Facebook, son muy recomendables: actualidad, sexo y humor ácido) que los tatuajes no se borran nunca. Regeneramos un millón de células de nuestra piel al día. Atiende. Eso significa que, cuando nos tatuamos, herimos nuestra piel de forma perenne, de manera que nuestro cuerpo identifica la aguja como una agresión y corre a taparla. Si os acordáis de la serie La vida es así, era cuando las tropas de leucocitos salían en un camión de bomberos con la sirena a todo meter a ponerle un parche a la parte afectada, por la mano del hombre, no lo perdamos de vista. De ahí, que la tinta se adhiera sine die a nuestras células reparadoras. Curioso. Vengo de una generación que afirmaba con intolerancia aquello de que “los tatuajes son de putas y de presidiarios”. Yo digo que las opiniones son como los orificios nasales. Cada uno tiene dos. Y puede hurgar en ellos siempre que le venga en gana. Y no le vean, no sea que le tomen por un cochino. En cualquier caso, me veo más de meretriz que de reo, tengo que confesarlo.
Los tatuajes ahora son coolmainstreamhipster, incluso, vintage. Me he enamorado de una gramola y de una Fender Stratocaster Tex-Mex para inmortalizarla dónde, cómo y cuándo me apetezca. Quizá el antebrazo, el sobaco, o la nalga, por qué no. En clave satírica, diríamos que si gastas una camiseta de algodón orgánico -que reza tu slogan favorito- y, aquellas prolongaciones que salen de las mangas, llámense brazos, resultan bastante agradables a la vista si también están policromadas por un genial artista, exclusivo en tu ciudad. Sí, tu cuerpo se convierte en una forma de arte, digámoslo así. Una escultura helénica (dependiendo de las horas de gimnasio) viviente que se pasea por el Old School en Churra o en el Musik a altas horas. Por ejemplo, cuando uno dice: “Me voy a tatuar una tipografía de Juego de Tronos en el pecho”, siempre hay uno que salta y agrega: “Tienes que hacerlo convencido, porque es para toda la vida”. Mentira. Usa el láser de Melanie y no quedará ni rastro de John Nieve. O de Kaleshi. Tampoco quedará una gotita de tinta de la palabra Antonio, algo que difiere con lo que cuentan en Playground, oye. Melanie ha apoquinado.
Lectura recomendadaLa concubina de Roma, de Kate Quinn (Maeva). “Intrigas, ambición y deseo en una novela ambientada en Roma en el siglo I d.c. El emperadorDominiciano se enamora de Thea, la esclava de una mujer que trata de seducirle. Pero Thea, a su vez, está enamorada de Arius el Bárbaro, un gladiador que se ha ganado el respeto de la ciudad eterna por su brutalidad en la arena. Una típica historia de amores cruzados en la que todos tienen algo que perder”.
En el caso que nos atañe, Antonio y Melanie se juegan 35 millones de euros. Calderilla. Será por perras, pijo.
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Juan Máiquez

A sus 30 años ha hecho de todo en el mundo de la Comunicación y el Marketing. Con 22 años, fue editor de boletines informativos en una emisora a escala nacional en Madrid. Dio el salto a televisión con 24, donde hizo de reportero (sin dejar la radio) en lugares tan privilegiados como el Congreso de los Diputados, el Palacio de la Moncloa o el Senado. En Murcia, ha pasado por casi todas las secciones del periódico para el que escribe, La Opinión de Murcia, donde firma la contraportada todos los sábados con sus #CrónicasCanallas. Comparte espacio con el escritor y articulista de El País Juan José Millás. Ha publicado en libros de Sociología y prepara una nueva entrega editorial. Ha saltado al mundo del marketing con trabajos de locución para videos corporativos, ha vendido publicidad para una emisora de radio e, incluso, ha organizado una feria de vino en inglés en la provincia de Alicante. De hecho, tiene un blog en el portal americano www.examiner.com. Todo esto, sin abandonar su actividad periodística y su faceta como músico, escritor y radiofonista, parcela en la que tiene un posgrado.

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