Dicen en la RAE que la palabra ‘quiosco’ proviene del francés kiosque, incluso tiene la preciosa variante persa, košk. «Construcción pequeña que se instala en la calle u otro lugar público para vender en ella periódicos, flores, etc». La clave está en ESE etcétera.
El sillón T de la Real Academia, nuestro paisano cartagenero Pérez-Reverte, coincidiría conmigo en que dicha definición es incompleta, «rediós». Con T, se escribe talibán y líbreme yo de serlo con algo tan sublime como nuestro respetado y respetable castellano. Pero, como escriba de la realidad y cronista canalla, mi obligación es defenderlo a capa y espada, y hete aquí una propuesta para completar la acepción de un vocablo, sirva o no.
En un quiosco (con Q de queso, para los amantes del Whatsapp), recuerdo comprar por 5 duros (25 pesetas) los cromos de Italia 90 y tenía 1.000 veces ‘repe’ al hijoputa de Tassotti, aquel que le partió la tocha a Luis Enrique en tan fatídico partido, quizá, para que le siguiéramos odiando un poco más. También adquiría cartas de Oliver y Benji y, de vez en cuando, me hacía con un par de libros a módico precio, deSherlock, de Conan Doyle (delicioso, de verdad). Otra opción me la acerca mi princesa de 6 años: «En un quiosco me compro álbumes de Violeta», esa ídolo teenager de origen argentino, pastelosa como ella sola, pero a los críos les gusta, así que amén. También me acuerdo de aquella promoción de dinosaurios que brillaban en la oscuridad, de manera que el fiero T-Rex se convirtió en una lámpara de mesilla sin pretenderlo. Pero los reyes del quiosco siempre fueron los cómics, un formato editorial pensado, por extensión y profundidad ideológica, para disfrutar en los momentos más ‘íntimos’. Hasta ahí puedo leer.
Por supuesto, Mortadelo y Filemón, Zipi y Zape, Rompetechos, Pepe Gotera y Otilioo 13 Rue del Percebe, que sería la génesis de formatos televisivos como Aquí no hay quien viva o La que se avecina, también colgaban de los expositores de estos pequeños centros culturales e informativos en vías de extinción.
Al toparme con esta viñeta de antaño, no he podido evitar buscar la similitud. Álvarez-Cascos y Rato (ex-Bankia) son encarnados por aquellos espías chapuzas que daban cuentas al Súper. El profesor Bacterio es Míster X. Despejad la incógnita. Solo os diré que ZP le suministró morfina al moribundo.
Ay, España me duele, Arturo.
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