Crónicas Canallas (XXVIII): El traje del rey

Mis amigos de izquierdas, los ‘convencidos’, me afean que no ejerza mi derecho democrático nacido al calor de la Transición, la que propició Juan Carlos I, aquel rey que recordaremos por ser tan campechano como intocable. Siempre les respondo lo mismo: «Es mi derecho y puedo hacer con él lo que me dé la gana». Y lo respetan.


Apelo al refranero de Sancho Panza para decir que «para un roto siempre hay un descosido». O que todo el mundo encuentra «un traje hecho a su medida». Incluido el rey. Escribo estas líneas cuando todavía no se ha consumado la coronación de Felipe VI, El Preparado. El que estudió en San Javier. Y se me acaba de encender la bombilla y el plan reza tal que así: playica, señores. Me he comprado unas gafas y unas aletas en Decathlon y quiero bucear Calabardina. Para cuando esté bajo el agua viendo boquerones y sargos, intentar imaginar cómo se narrará un evento histórico de esta índole. Me corroe la curiosidad por saber con qué han abierto los informativos o qué dicen los digitales, que retransmitirán en streaming para todo el mundo tan inefable acto. Presumo de antemano que será un coñazo, y cuando llegue a casa y vea la tablet o compre la prensa al día siguiente, mis elucubraciones monárquicas, eso sí, no irán muy desencaminadas. Hay poco margen de error informativo.
Calabardina es un lugar precioso —acaba de grabar Luz Casal su último videoclip allí—. Y en caso de que se produzca una lagrimilla ‘real’ de nuestra reina plebeya —la periodista— en prime time, deberíamos vacunarnos con buena literatura. Os recomiendo el último libro de Gay Talese, a cuenta del que dice en una entrevista que «ser sastre no es muy distinto a ser periodista; ambos le toman la medida a las personas para sobrevivir». Pues mi nivel de escepticismo es tal, Gay, que le confieso que he rehusado votar en los últimos comicios autonómicos, generales y europeos en mi país. Llámeme mal ciudadano, pero mi cita más reciente con las urnas fue allá por 2004, hace diez años ya, cuando unos hijosdeperra nos arrancaron doscientas almas buenas en Atocha. Que ardan en el infierno, carajo.
Mis amigos de izquierdas, los ‘convencidos’, me afean que no ejerza mi derecho democrático nacido al calor de la Transición, la que propició Juan Carlos I, aquel rey que recordaremos por ser tan campechano como intocable. Siempre les respondo lo mismo: «Es mi derecho y puedo hacer con él lo que me dé la gana». Y lo respetan.
PP y PSOE se han retratado una vez más, por si a algún español bienpensado le quedaba la duda de que no son sino la misma cosa: dos instituciones caducas, rígidas, que se autorreproducen, de forma que a su estructura, de tipo mafioso, no puede acceder gente joven, preparada y —para ellos lo más peligroso— individuos con ideas frescas. El mejor ejemplo lo tenéis en el PP, con su particular Tony Soprano —algo más cutre, eso sí—, pero que vive a cuerpo de rey en una cárcel que pagamos todos con nuestros impuestos. Paradójicamente, esos que nos ha robado.
Rubalcaba abdica, aquel líder que Zapatero diseñó para ser jefe de la oposición, el ‘defensa estorbo’ rocoso, que le ha hecho falta a España en este Mundial. Pero que a nadie se le olvide que sobre sus espaldas pesan el GAL o el Faisán, cuando las cloacas de Interior apestaban al más hediondo de los olores. En un año, lo tendremos dando conferencias como mi colega ‘Ánsar’, o sentado en el consejo de administración de una hidroeléctrica. Y si no, tiempo al tiempo.
Señores socialistas, si Pablo Iglesias, no el de la coleta de Podemos, sino el de verdad, levantara la cabeza, quemaba en la hoguera a más de uno. Incluido a Bambi. ¿Acaso no os acordáis cómo nos ‘secuestraron’ la foto con Obama y sus hijas góticas en la Casa Blanca? Los que saben de censura informativa son los compañeros de la revista Mongolia, que ganan todas las batallas en aras a la libertad de expresión. Lo hacen con humor, talento y buen periodismo de investigación. Ácidos como el LSD, despiadados con la corrupción y el golferío político circundante. Y encima, sus señorías les dan publicidad gratis, como veis en la foto. No hace falta deciros que están on fire en Twitter, y despiertan odios y adhesiones a partes iguales.
Dice mi compañero de líneas, el escritor Juan José Millás acerca del debate ‘real’, que el mismo produce la eterna contradicción entre tener el cuerpo monárquico y el alma republicana. Lo que le pasa a Rubalcaba, sin ir más lejos. En Mongolia leo que nuestro país se acostó un día monárquico y se despertó republicano. A mi me gustaría completar la argumentación y defiendo que la Monarquía en España lo que necesita es un sastre nuevo. Que el traje se le ha quedado pequeño.
Y Felipe VI corre el riesgo de que se le queden los pantalones rabicortos y vaya enseñando las ‘escayolas’, como Michael Jackson cuando hacía el Moonwalk. O como se dice por estas tierras: que parezca que vaya a regar.
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Juan Máiquez

A sus 30 años ha hecho de todo en el mundo de la Comunicación y el Marketing. Con 22 años, fue editor de boletines informativos en una emisora a escala nacional en Madrid. Dio el salto a televisión con 24, donde hizo de reportero (sin dejar la radio) en lugares tan privilegiados como el Congreso de los Diputados, el Palacio de la Moncloa o el Senado. En Murcia, ha pasado por casi todas las secciones del periódico para el que escribe, La Opinión de Murcia, donde firma la contraportada todos los sábados con sus #CrónicasCanallas. Comparte espacio con el escritor y articulista de El País Juan José Millás. Ha publicado en libros de Sociología y prepara una nueva entrega editorial. Ha saltado al mundo del marketing con trabajos de locución para videos corporativos, ha vendido publicidad para una emisora de radio e, incluso, ha organizado una feria de vino en inglés en la provincia de Alicante. De hecho, tiene un blog en el portal americano www.examiner.com. Todo esto, sin abandonar su actividad periodística y su faceta como músico, escritor y radiofonista, parcela en la que tiene un posgrado.

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