Los americanos dan mucha importancia a la popularidad. Y no hace falta ser una rubia cheerleader pechugona y sin cerebro. Tampoco un magnífico quarterback con la tableta de chocolate marcada y un encefalograma plano. Se puede ser una morena de ojos azules que trabaje en una inmobiliaria de una ciudad que no vende pisos, o un pseudomúsico perdido que se deja escupir a la cara versos de Bukowski. Y ambos son populares. Cada uno posee sus armas de seducción y sus propios rituales en el arte de la conquista que, comúnmente, acaban en previsibles negocios de cama. Por ejemplo, él se decanta para una cita perfecta por Del Gallo Blues, donde pide un sushi aceptable y un exquisito Juan Gil. Él fingirá ser un canalla y ella le tirará la copa de vino en su camisa favorita de Hugo Boss. Además, lo hará sin querer, simulando enfado por una canallada verbal que no solo le seduce intelectualmente, sino que le excita. No se acostarán la primera noche –aunque ambos lo desean-, por eso de jugar bien los tiempos y, por qué no decirlo, el qué dirán. La segunda cita elegida por él es el Café Moderno. Un bourbon Maker´s Mark con ginger ale (él) y una Martin´s Miller con tónica (ella) ejercerán de perfectos lubricantes sociales. Ni él ni ella tienen piso propio, viven con sus padres al calor de la crisis y de las faldas de mamá, por lo que todo acabará en una tórrida escena de Titanic en un Seat Ibiza. En ocasiones, en la parte trasera de un Ford K. Con las incomodidades que esto conlleva para cumplir a rajatabla con el Kamasutra. Imposible hacer el dragón. Ella también tiene su plan trazado. Se decanta por Touché, por el componente chic y por aquello de dejarse vencer por los efectos afrodisíacos de Baco. Por cierto, las magdalenas rellenas de bechamel maridan bien con el vino y caen frugales a juicio de ambos comensales. Para la copa, ella prefiere One, muy al estilo Hombres, Mujeres y viceversa, que derrocha un glamour bastante cuestionable. Además, ella no deja escapar un flirteo con el camarero, a pesar de ir acompañada de uno que no es su nuevo novio de dos semanas –al que conoció en salsa-, del que confiesa, de la forma más cínica imaginable, estar francamente ilusionada. El barman sirve unos gintonis ataviados con unas varillas en forma de mono que, casualmente, vienen entrelazadas de forma lasciva, de manera que ambos primates parece que están copulando. El camarero le guiña un ojo a la chica, a lo que ella responde con una sonrisa picarona. El operario da a entender con el gesto que si su acompañante no le da de ‘comer’, él lo haría gustoso. La víctima de la situación ya debió salir corriendo hace rato, pero es demasiado tarde. Después de una conversación elevada sobre lo divino y lo humano, como se pueden imaginar, ella se levanta al aseo consciente de que mueve bien las caderas. Decía Sabina eso de “cantaba regular, pero movía el culo con un swing que derretía el hielo de las copas”, pues algo así. Los tacones son rematadamente horteras, pero despiertan igualmente el morbo fetichista de cualquier primate sometido a este tipo de circunstancia, hablando de monos. En este caso, ambos sí que terminan en una cama porque él tiene piso propio, diez años más que ella, y ha pagado gentilmente la cena. Podríamos obviar lo del affair en el aseo. Pero quizá ella se sentía en deuda, por la cena, digo. Él liga porque habla inglés con desparpajo y ella porque baila salsa y tiene unos preciosos ojos azules. Por eso los conocen en los sitios que frecuentan. Son populares. Y la popularidad es una mala pécora, unas veces está de tu parte, y otras se esfuma. En el caso de él, porque lleva unos meses sin pisar el suelo de un gimnasio y el producto es una incipiente barriga. En el caso de ella, la colección de hombres que lleva a sus espaldas se refleja en unas atractivas patas de gallo y una celulitis que no mola tanto. Cada uno juega las cartas del querer a su manera. Él pretende no herir sentimientos y ella se olvidó de amar porque solo estuvo enamorada una vez. Cosas de la vida. Ambos necesitan mantenerse en el ‘candelabro’ como solteros codiciados. Sobre todo, porque no quieren pensar en un futuro solitario y avinagrado, rodeados de perros o de gatos. El cuerpo pide rock and roll a esta edad. Por eso, necesitan asistir a eventos donde se hable la lengua de Shakespeare o donde se baile salsa, por el simple hecho de dejarse ver y recordar a todo el mundo de dónde provienen estos dos especímenes sociales. No es lo mismo Satisfaction de los Rolling Stones que Princesa de Frank Reyes. No. Y pueden decir que eso no es una salsa, que es una bachata. Da igual. Tampoco es lo mismo que se junten en un local cuatro bandarras que segregan testosterona por todos los poros de su piel para cultivar un hobbie, que se den cita en un lugar varias parejas –con su componente masculino y femenino- a tocarse y sobarse a ritmo de compás, que también es un hobbie, por cierto. Un, dos, tres… (silencio), cinco, seis, siete. Dicen que para bailar salsa lo ideal es que ambos sean pareja, para evitar ataques de celos o de cuernos, porque la tensión sexual se respira y se palpa en el ambiente. En su defecto, pueden ser solteros populares, liberales y sin compromiso, que desean darse una alegría al cuerpo, a golpe de cadera, siempre, a golpe de cadera. Al final, todo se resume en una cuestión de popularidad. Unas veces estás arriba, y otras abajo. Pero se disfruta igual.
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