Pedir el Facebook para ligar tiene mucha más clase que pedir el teléfono. Se perdió el romanticismo de apuntar con un boli Bic en tu antebrazo el teléfono de aquella pelirroja de labios carnosos. Son malos tiempos para la lírica. Lo de la red social ideada por Zuckenberg es algo más sutil, sobre todo, cuando estás reconociendo abiertamente delante de la otra persona que quieres alimentar tu morbo observando sus fotografías en distintas situaciones de la vida: autofoto frente al espejo del aparador (guiñando pícaramente el ojo), la excursión a Sierra Espuña e, incluso, aquella paella de marisco que te sentó como un tiro. No se trata únicamente de que toda la comunidad virtual observe el calibre de los carabineros y la gamba roja, que también. Se trata de que vean lo que haces un domingo cualquiera, aunque no cuentes que los del restaurante te atizaron con la mano abierta y te soplaron cincuenta pavos. Y encima el arroz estaba duro. Es lo que podríamos llamar prostitución de la privacidad. Existen diferentes tipologías de usuario de Facebook. Desde el exhibicionista, que muestra con orgullo los nuevos gayumbos de Calvin Klein que le ha traído una sexy Mamá Noel, hasta aquel que podríamos denominar informador a tiempo completo (twenty four seven, que dicen los yanquis). Nunca descansa, siempre está trabajando. Si llega a su casa a las 4 de la mañana, tiene que hacer check in en Foursquare para ‘comunicar’ que ha aterrizado en su cama. Lo cuenta todo. Incluso, que una cucaracha –una cuca- se haya apoderado del cajón de los cubiertos se convierte en un elemento noticiable y, por tanto, digno de ser compartido por este líder de opinión. Inclúyanse todas aquellas fotos de pies feos y bonitos mirando al mar. Hablemos de los baby boomers. Aquellos padres tan orgullosos de sus retoños, que se dedican a disfrazar a la criatura y a hacer fotos desde todos los ángulos posibles a su bebé-modelo. ¿Son conscientes de que ese niño tiene unos derechos que apelan a la intimidad, al honor y a la propia imagen? ¿Se destruirán esas fotos cuando sea un adolescente o seguirán pululando sine die en el limbo cibernético? También es muy habitual encontrarse con el activista. Aquel que hace apología de sus ideas en apenas unos caracteres. ¿No está usted de acuerdo con la ley del aborto? ¿Se declara abiertamente antimonárquico? Siéntase libre para arrojar toda la bilis que lleva en su interior. Nadie le reprochará que su opinión importa un bledo. Pero claro, la opinión es como las narices, todo el mundo tiene una. Pero, sin duda, Facebook ha contribuido al incremento del número de poetas en nuestra sociedad. Poetas virtuales, claro. Su gurú es Paulo Coelho y lanzan frases de autoayuda del estilo “Nunca desistas de un sueño, solo se trata de ver las señales que te lleven a él”, por poner un ejemplo. Estos poetas deberían considerar seriamente cambiar el teclado de su ordenador por un diván. Están de psicoanalista. Como Woody Allen.
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